El arte de observar

Luego del trajín bondadoso de bautizar a Ron, empecé a observarlo con mucho detenimiento. Hace muchos años cuando vivía en un pequeño pueblo llamado Mérida, junto a mi abuela Catalina, mi madre y mis hermanos; vino una gata a parir en la casa. Yo tendría unos escasos y alegres 10 años, probablemente Lucas mi hermano mayor pueda corregirme de manera acertada; lo cierto es que de esa camada solamente sobrevivió una pequeña gata que Catalina llamaba "Susy" con cariño, era blanca como la nieve que cubre los picos de las montañas merideñas cuando es agosto, y cuando hace frío. 

El acercamiento con Susy fue lo más próximo que tuve a criar un gato, pero no recuerdo su mirada de cachorra, no recuerdo sus ojos, no recuerdo las huellas de sus patas, ni tan siquiera logro recordar su andar. Lo que si recuerdo con claridad fue que murió envenenada junto a una perrita que teníamos, trágico desenlace, ya lo sé. Pero al encontrarme con la desmemoriada crianza de la gata que murió joven, decidí detallar cada movimiento de Ron, cada cosa que descubría, lo que le gustaba y lo que no, dejarlo precavidamente que se desenvolviera para de alguna manera entender su comportamiento y su naturaleza. 

Tal vez eso deberíamos intentarlo a la hora de gestionar cualquier tipo de relación interpersonal,  realizar primero un trabajo de observación exhaustivo para notar consonancias y disonancias ideológicas que nos puedan garantizar satisfacción o dolores de cabeza. Pero siguiendo en materia, observando a Ron, me di cuenta que los gatos pequeños no coordinan su caminar, se mueven con torpeza; en lugar de mover en paralelo su pata delantera derecha, con su pata trasera derecha y viceversa, para así garantizar la elegancia que caracteriza el tumbado felino, mueven sus dos patas traseras y sus dos patas delanteras al mismo tiempo, haciendo de esta manera que parezcan ranas torpes, dando zancadas con una tierna bestialidad.

Muy probablemente así es todo comienzo, torpe, así como Ron no tenía ni idea de como caminar pero hacía su mejor esfuerzo para no cagarla, así han sido todos mis comienzos: Cuando me mudé a Uruguay estuve tres meses postrado en una depresión que llevó mi mente a pensar que era razonable suicidarse, gracias a mis amigos y a que luego conseguí empleo, mi mente se puso a pensar en cosas más interesantes que dejar de existir; sin embargo, porque mi naturaleza es de muchacho idiota, falté a mi segundo día de trabajo por estar borracho, milagrosamente no me echaron, aprendí a caminar y actualmente sigo con el mismo empleo y podría asegurar que cierto tipo de cariño me tienen. Cuando Victoria y yo empezamos a ser novios, ciertas cosas se me salieron de control y por mi naturaleza antes mencionada pensé que con mentiras, que consideré inocentemente piadosas, se iban a solucionar las cosas, de nuevo siendo torpe; sin embargo y a pesar de algunas contrariedades, aprendí a caminar, y ahora intento sostener la honestidad como un estandarte. Para bien, para mal, y con algunas cobardes excepciones. 

Viendo a Ron y viendo su crecimiento he aprendido un montón de cosas de las que probablemente siga escribiendo por este medio, y uno de los aprendizajes más grandes que me ha dado este gato es entender que no se nace corriendo, que muy por el contrario, se tienen que dar zancadas de rana, se tienen que cometer errores y rectificar para intentar entender como es que se camina. Y si de algo estoy seguro, es que de mi memoria jamás se eliminará la mirada de Ron, su primeros pasos torpes, como sus ojos pasaron de ser celestes a verdes; sus miradas de rabia, de duda, de alegría, de emoción; porque sí, de tanto observarlo ya sé que me quiere decir cuando le brillan los ojos. 







Jesús Pérez Avendaño
2020

       

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