El Bautizo

Cuando el gato llegó a nuestras vidas, teníamos solo dos días viviendo juntos, nos habíamos mudado a un pequeño apartamento en el Barrio Sur de la ciudad de Montevideo, una ubicación privilegiada, tenemos a tres escasas cuadras la bahía y a unas cortas cinco cuadras la avenida 18 de Julio. Yo estaba negado a tener una mascota de manera tan acelerada, en parte porque cuando rentamos este acogedor techo nos informaron de manera muy clara y seria, que no se permitían tener mascotas, y además porque los dos tenemos realmente poco tiempo para estar en casa, se nos va la juventud en el trabajo y en el estudio, por ende me resultaba un poco cruel someter a un animalito al amargo suplicio de la soledad. 

Sin embargo un día Victoria me dijo a modo de chiste, que iba a adoptar un gato, conozco lo suficiente a esa muchacha de mirada perdida para saber que cada "broma" tiene una pincelada de realidad y que más temprano que tarde aparecería con un felino. Debo admitir que al principio no me agradaba demasiado la idea por lo antes expuesto, pero evidentemente siento una grata debilidad por mi compañera, me resigné a esperar la sorpresa y ver que tan capaz era mi novia de traer a un gato. 

Eran aproximadamente las 8 de la noche y llegaba a mi casa cansado de una ardua y desfavorecida jornada laboral, abrí la puerta de madera para entrar al pasillo normalmente silente que me separa del apartamento y de los brazos de Victoria; pero había algo raro, el silencio fue suplantado por unos chillidos agudos, chillidos tiernos de cosa pequeña que se encuentra desconcertada por un cambio abrumador. Cuando abrí la puerta ansioso porque ella había cumplido su palabra, la encuentro sentada con una manta blanca y una bola gris entre sus manos. Mi cara tuvo que haber sido indescriptible porque la de mi novia era un poema, la bola de pelos se mantenía inerte haciendo caso omiso a mi existencia y continuando con su tierno llanto; Victoria ahora me ofrecía asiento, y como quien da un niño recién nacido a un familiar para que lo admire por primera vez, me pasó al gato con ternura. Recibí al minino con mis manos temblando y él mismo volteó a mirarme; tenía unos ojazos azules celestes y enormes que ocupaban la mayor parte de su diminuta cara, insistía un chillido incesante que se detuvo por un momento luego de acariciarlo y unos temblores prácticamente imperceptibles.

Era realmente hermoso, diminuto y frágil. No puedo encontrar tres mejores adjetivos para describirlo. Victoria, con su dedicación nata para atender personas que son incapaces de atenderse a ellos mismos (Ahora eramos el recién nacido gato y yo) preparó una formula para suplantar la leche materna, este elixir trasegado de una mema a la boca del felino calmó el llanto prácticamente de manera instantánea, fue mágico. Realmente no era de sorprenderse, después de todo, cuanta cosa hace mi compañera termina con un resultado mágico.

Era la hora de dormir y el gato aún se llamaba gato, al día siguiente luego de una noche de intensos ronroneos que asumimos como aceptación, decidimos hacer una lista de hipotéticos nombres para bautizar de una vez por todas a este animalito hermoso. Llegamos de nuestros trabajos y el debate empezó a tornarse incluso un poco acalorado; el nombre de un animal para algunas personas puede resultar muy frívolo, pero nosotros pensamos (afortunadamente) que el nombre debía tener una relación con el carácter del animal, que no podía ser muy largo para luego no tener que utilizar sobrenombres cursis, que debía ser algo que amaramos casi por igual, como lo amábamos a él aunque solo teníamos pocas horas conociéndolo y que además tuviese una gota de originalidad, aunque fuese una pequeña gota. Recuerdo mis propuestas imposibles: Macondo, Elvis, Woody y Dionisio.

Las dos primeras opciones eran por Gabriel Garcia Marquez, Macondo era tentador, pero un nombre muy premonitorio para la tragedia, todos sabemos como acabó el pueblo del Coronel Aureliano Buendia. Elvis fue por una anécdota que tenía el Gabo: contó que una noche se estaba perfumando y arreglando porque él, ganador del premio nobel de literatura, tendría un encuentro con el Rey de España; e inocentemente, como toda acción de todo niño, apareció su nieto a preguntarle el por qué de tanta parafernalia. Garcia Marquez intentó explicarle que iba a verse con "El Rey", a lo que el nieto de manera inmediata contestó con un soez y tajante: "¿Con Elvis?". Este cuento siempre me dio gracia y pensé que sería un buen nombre para un gato, pero mucha gente asumiría de manera desacertada que era directamente por Presley sin asumir que tiene relación con mi escritor favorito, además de que probablemente algún otro pensaría que el nombre se debía a Elvis Crespo, y solo pensar en eso eliminó formalmente la idea de la lista. Woody claramente se debía a Woody Allen, pero mucha gente lo iba a malinterpretar por otro Woody mucho más famoso, el vaquero de dibujos animados que siempre tiene una serpiente en su bota, y para evitar nuevamente malditas confusiones, se descartó. Dionisio aunque un poco entreverado tenía sentido, era el Dios griego del vino y sonaba bastante afortunado para un gato, era la opción más solida que tenía para poder capitalizar el bautizo del felino.

Pero como es costumbre, Victoria está siempre un paso adelante de mí, cuando yo estoy camino a la fiesta siempre la veo regresar comiendo un pedazo de torta. Así es ella, anticipa cada movimiento. De la nada, con elegancia y ternura, sale de su boca el nombre que cumplía con todas las características que habíamos considerado necesarias para nombrarlo: Compaginaba con su carácter, era un monosílabo, de tal manera que era imposible caer en sobrenombres cursis con diminutivos, era algo que amamos por igual y sin lugar a dudas, al menos en ese momento, me resultó el nombre más original del mundo.

Abrió los ojos como quien encuentra la solución a un problema matemático, tomó al gato, lo puso entre sus piernas, me miró a los ojos y con una voz de dulce sorpresa expresó:

 ¿Por qué no le ponemos Ron?

Y desde ese día, Ron ha venido ronroneando cada día más, creciendo cada día y cambiándonos la vida con cada mordida y cada berrinche.






Jesús Pérez Avendaño
2020
                      


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Desapego

La esquina de Amador

La vejez