Ron conoce la marihuana

Ron era una diminuta bola de pelos que de a poco venía generando un vinculo con nosotros, tenía aún pelo de cachorro que parecía pelusa inerte, lucía como un gato montes de ojos azules que se quedó pasmado y tierno. Era una tarde fresca de primavera, corría un viento amargo y denso, los nubarrones eran grises, taciturnos y no se le veían intenciones al cielo montevideano a cambiar su talante, a Ron le preparábamos una suerte de bolsa caliente artesanal que no era más que una media rellena de arroz común que se calentaba en microondas y de esta manera intentamos asegurar el sueño caliente y plácido del pequeño animal. En nuestro humilde hogar es costumbre recibir invitados y esa tarde fue un personaje al cual le tenemos mucho cariño pero que su nombre prefiero no mencionar; luego de una conversación rodeada de mates y risas, el invitado el cuestión nos pidió permiso para encender un cigarrillo hecho de marihuana en la casa, nosotros no encontramos ningún problema y accedimos en conjunto.

El invitado empezó a libar de manera individual el ornamentado cilindro que emanaba humo denso y de manera casi inmediata el tetrahidrocannabinol le transformó el rostro a nuestro querido amigo, los ojos se le tornaban rojos y curiosamente pedía mate de manera más frecuente, se notaba en un estado plácido y ansioso. Yo de manera inocente continuaba la conversación de forma fluida, mientras mantenía al gato entre mis piernas que ronroneaba de manera sórdida, en un estado de extraña relajación; con franca irresponsabilidad nunca pensé en sacar a Ron de mi regazo, inclusive Victoria me recomendó que lo hiciera por dos razones algo obvias: Era muy pequeño (no tenía dos meses cumplidos) y por la cercanía en la que el humo rozaba su pequeño cuerpo existía la probabilidad de que "le pegara de costado", como se dice en la jerga uruguaya. Hice caso omiso y continuamos con la verborrea de manera natural. 

Luego de brindarle galletitas untadas con un cremoso e increíble dulce de leche a nuestro invitado se le notó un poco agotado y decidió irse a su casa a descansar, nos despedimos de beso y agendamos otra reunión para volver a contarnos chistes y reavivar la pasión de los reencuentros amistosos que nunca dejan de generar alegrías a la especie humana. Cerramos la puerta y cuando empezamos a poner orden en la diminuta sala, a la distancia escuchamos unos maullidos que se distorsionaban entre la angustia y un llamado febril; corrimos al encuentro como padres primerizos y no encontrábamos a la bola de pelos, la angustia ahora era nuestra y descubrimos que aquel llanto ensordecedor venía de abajo de nuestra cama. 

Y ahí estaba Ron, intentando con su diminuta y casi inexistente corpulencia sacar la suerte de bolsa caliente que le habíamos preparado de manera artesanal con arroz y una media, con su pequeña trompa hacía fuerza para sacarla pero le resultaba imposible a tan diminuto bicho cumplir su cometido. Fuimos a su auxilio y se ovilló entre nosotros, temblaba y no controlaba su caminar, era más torpe de lo que habitualmente era, incluso su taza de agua y comida estaban vacías, a pesar de que en medio de nuestro recibimiento del invitado le llenamos ambas de manera generosa. Era evidente que el gato tenía frío, que el porro de marihuana le había generado hambre y sed, y que además probablemente estuviera a punto de caer en una popular "pálida". En su auxilio le calentamos la bolsa y lo acostamos entre nosotros para darle calor y cariño humano. Se ve que durmió que de una manera demasiado placentera, porque les puedo jurar que lo escuché roncar, aunque esto último Victoria no me lo crea. 

Me gustaría aclarar que por razones obvias, ahora no permitimos que nadie fume marihuana dentro de nuestra casa. 





Jesús Pérez Avendaño
2020

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