Reflexiones sobre una pandemia mundial y los gatos.

A penas se declaró la suspensión de actos públicos y el resto de medidas protocolares ante la inminente presencia del Covid-19 en Uruguay, sabíamos que la cosa se pondría complicada. Imagínense estar en un país donde oficialmente viven tres millones quinientas mil personas (2018) y que honestamente no tiene el sistema de salud más eficiente del mundo, un país donde el sector pasivo tiene unas dimensiones gigantes y que además de la ganadería y la agricultura, su fuente de ingresos se fundamenta en turismo y servicios. Se cerraron las fronteras, y casi al mismo tiempo los pequeños y medianos empresarios que dan vida al centro montevideano bajaron las cortinas de sus locales comerciales; más de cien mil personas pasaron a estar en seguro de desempleo ante la clara incertidumbre del qué pasará.


Yo tenía dos años trabajando en el mismo sitio, una cafetería coqueta ubicada en el mercado del puerto de Montevideo, ubicación privilegiada en verano, pero que en el resto de los nueve meses del año no tenía muchos más comensales que los despachantes de aduana y personal administrativo del puerto. Al enterarnos de la venida del virus, nos pusimos las manos en la cabeza y pasamos a ser parte de los cien mil antes mencionados. Ahí fue cuando empecé este olvidado proyecto de blog donde teóricamente desahogaría mis inquietudes literarias, contaría historias y profesaría mis pensamientos libremente, pero ya ustedes saben mejor que yo, que la realidad defrauda de una manera desgarradora y cuando no se tiene trabajo no se tiene tiempo para pensar creativamente, porque en ese momento, al igual que ahora, la creatividad no nos iba a pagar el alquiler, ni la luz, ni los gastos necesarios para la supervivencia humana.


Mientras buscaba trabajo, había momentos que me sumergía en huecos profundos, reflexionaba sobre mi valor humano, sobre lo que era capaz de hacer, y sobre mi ineficiencia como trabajador. Empecé a buscar algún trabajo donde pudiera ser redactor, nadie me tomó en cuenta y con toda la razón, nunca me han pagado por escribir absolutamente nada y probablemente mi "estilo" no sea el más atractivo de todos. Terminaba dando vueltas en la diminuta casa mientras Ron me miraba impávido, no entendía porque pasaba tanto tiempo con él y probablemente no habría de entender porque hacía siestas en mitad de la tarde mientras sollozaba desesperado. Pasaron los días y decidí abrir mi espectro de búsqueda laboral ¿En qué podría ser medianamente útil, realmente...? Era la incógnita que me perseguía, beber destilaciones de caña de azúcar que se añejan en barrica de roble no es algo que se pueda poner en tu curriculum vitae, entonces fui descartando talentos inútiles y recordé lo feliz que me hacía manejar por las calles merideñas y sus montañas con su resplandor multicolor que engalana la vista. Ser taxista era una opción. 


 Pero antes de conseguir trabajo, conseguí una cosa más importante, una compañera para Ron. No quiero hacer la historia muy larga pero la gata llegó a nuestras vidas por una amiga que prácticamente en paralelo que nosotros adoptamos a nuestra pequeña pantera gris, nos había ofrecido a la misma gata. Tenían la misma edad lo cual parecía prudente para que se hicieran compañía, jugaran y aprendieran de convivencia. Le pusimos Ipa por cuestiones editoriales, claramente, y además porque su carácter se parece mucho al dejo que se rosa por tu paladar cuando te das un buche largo y pronunciado de aquella cepa de cerveza: Un tierno amargor. Así es ella, tierna cuando quiere, pero amarga la mayor parte del tiempo. Su primer encuentro lo narraré en otra entrada para este blog, así tendré la excusa perfecta para escribir la otra semana. 

  Ya sé que no suena lógico que en un hogar donde hay un sueldo menos, se tenga otra boca que alimentar, ya lo sé. Pero en ese momento Victoria (que seguía trabajando, más fuertemente que nunca) y yo, habíamos tenido conversaciones intensas sobre las conductas de Ron, se portaba mal y tenía un talante destructivo a veces. Yo no estaba de humor para darle los estímulos que precisaba y francamente Victoria llegaba muy cansada de su trabajo para darle toda la atención que merecía. Además que Ron basaba su vida en realizar ataques sistemáticos a los pies y la humanidad de su madre humana, incluso después de ser castrado. Concluimos que la mejor opción que teníamos sobre la mesa era adoptar algún otro gato, y ahora nos damos cuenta que la decisión fue la correcta porque ahora los dos se quieren y se hacen compañía de una manera que ninguno de nosotros dos, tristes humanos, iba a lograr alcanzar. 


 Siguieron pasando las semanas, y de cierta manera la situación iba tomando un poco de color, el futuro negro y caótico que se veía venir con furia, no terminó siendo ni tan negro, ni tan caótico. En Uruguay han muerto personas, se reportan casos diarios y se mantiene un control importante a nivel fronterizo por las realidades que viven los enormes vecinos, sin embargo y no es un detalle menor, la realidad es que la situación se encuentra bastante controlada, los centros médicos se han mantenido abastecidos y los seguimientos de los contactos entre contagiados se ha cumplido casi a cabalidad para frenar las lineas de contagio, parecería que el gobierno además de recursos económicos ha puesto algo de voluntad política para sobrellevar esta tragedia de la mejor manera posible. Y ante la hipotética normalidad, nos fuimos adaptando a usar tapabocas, a entrar de a una persona por grupo familiar en los supermercados, a cumplir medios aforos en cines y teatros y a mantener un distanciamiento social sostenido. Entre tanto, yo ya había conseguido dos entrevistas de trabajo para ser chófer de taxi, oficio que me venía excelente porque me iba a ayudar a dejar de tomar tanto alcohol, porque soy un excelso fumador de cigarrillo y de las pocas cosas que puedo decir que hago correctamente es manejar sincrónico. Como anillo al dedo.


 Curiosamente y contra todo pronostico fui contratado en uno de los trabajos, no como suplente sino como titular, ahora trabajo doce horas al día, seis días a la semana tras un volante llevando personas desconocidas de un punto "A" a un punto "B" en una ciudad que aunque tengo más de tres años viviendo en ella, por suerte aún desconozco, sigo teniendo esa mirada de turista que se sorprende con las pequeñeces de las esquinas, con los murales enormes de Benedetti, de Paez Vilaró y de El Maestro Óscar Washignton Tábarez que se exhiben haciendo odas a su gentilicio heroico. Luego de mis caídas depresivas y desesperadas Victoria no me dejó (bendita sea), tenemos a Ipa que nos llenó el alma y el corazón con su presencia, nos mudamos a un apartamento de dos plantas y siete ventanas donde los gatos se asoman a tomar sol y a observar a los vecinos que entran y salen. Ellos se notan contentos y por ende nosotros también lo estamos


Aunque sea cierto que este año ha sido más que complicado, la verdad es que a esta familia, o manada, de la cual soy parte, no le ha ido tan mal. Hemos tenido nuestros tropiezos, pero seguimos firmes y convencidos de que en la unión esta la fuerza y que en efecto, derrotados son y serán solamente los que dejen de luchar. 



 

 

    




Jesús Pérez Avendaño

Montevideo 2020 

  

 


 

 

  

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