Encuentro de dos culturas.

Cuando Ipa llegó a la manada, Sandra la traía en una bolsa de tela junto a una pequeña toalla, nos había explicado que si bien es cierto que la gata vivía con ellos, realmente la mayor parte de su vida había sido en la intemperie, no era y no es precisamente el animal más dócil del mundo, pero es entendible porque su contexto más que hogareño siempre fue silvestre. La puedo imaginar cazando mosquitos, mariposas y saltamontes junto a su madre, aprendiendo los oficios que todo gato debería aprender en su hábitat natural y que los hace los animales independientes que son. Quien haya convivido con un gato me podrá dar la razón cuando digo que estos animales son superiores y que además, te hacen saber que ellos conocen su superioridad. Dentro de esa bolsa se veía un pequeño cuerpo ovillado donde se notaban un amarillo y negro hermoso que claramente era el pelaje de ella. Estaba confundida y con razón, sin embargo, nosotros teníamos una suerte de estrategia para intentar que su llegada fuese lo más decente y tranquila para este nuevo miembro de la manada liderada por Ron. 

Como mencioné en otra entrada de este blog, la intención de traer a Ipa fue para que fungiera como compañera a ese gato gris que claramente necesitaba más tiempo de juego, pero ella necesitaba adaptarse al cambio del mundo silvestre, siempre variable y siempre inseguro; a una realidad hogareña que se caracteriza por unas tediosas costumbres rutinarias. Unos ejemplos de procesos de adaptación a los que tenía que someterse la nueva gata era hacer sus necesidades fisiológicas única y exclusivamente en su arenero (cosa que hizo a la perfección), convivir con humanos dentro de un espacio verdaderamente acotado y además, tener que soportar a su nuevo hermano impuesto por decisión de dos tristes y simples humanos: Nosotros. 

Lo primero que hicimos, no se si responsable o irresponsablemente, fue encerrarla en el baño para terminar de adecuar el ambiente: Cerrar puertas y ventanas, evitar dejar espacios donde se pudiese generar una pelea y estar preparados para la conducta de Ron, que es la muestra clara e inequívoca de que los gatos, o al menos él, no se calman cuando se castran. Luego, la encerramos en un transportador y empezó lo que me gusta llamar el encuentro entre dos culturas. Lo doméstico conociendo a la naturaleza, lo que tuvo intervención humana se iba a encontrar con lo puro, lo silvestre, lo salvaje. Luego de preparar el escenario para la presentación, nos dimos cuenta que los que faltaban por prepararse éramos nosotros, nuestros nervios eran tan grandes que nos empezaban a dominar, Ron se acercó al transportador esgrimiendo el primer bufido y luego la gata, que para ese momento no tenía nombre, le respondió con la misma contundencia, los nervios actuaron y pensaron en lugar de nosotros.

Entre que Victoria levantaba a Ron y yo a la gata en su transportador, nos miramos a los ojos entre sorprendidos y preocupados por la escena que vimos hace unos segundos "¿será acaso que estos malditos no se van a querer?" Pasó mi cerebro sin exteriorizarse para no generar más zozobras de las que ya habían en el ambiente. Dimos un respiro a la situación y decidimos volver a intentarlo sacando a los nervios de la ecuación; los animales, según dicen, son capaces de sentir el miedo, el nerviosismo,  la confianza e incluso supuestamente, los alcaravanes pasan sobre las casas de las mujeres que están embarazadas. Así que si en teoría, esos pájaros son capaces de percibir la gestación de un embrión en la barriga de una mujer, era más que obvio que estos gatos se iban a dar cuenta de nuestro nervio colectivo. 

Los bufidos ensordecedores continuaron propagándose por la casa dando a conocer a toda la cuadra que algo sucedía en nuestro hogar, nosotros francamente nunca creímos a Ron capaz de atacar básicamente nada que no fueran unos pies, pero su porte y su actitud dominante daba a entender que iba a ser demasiado capaz de hacerlo. Su torso se elevaba formando una especie de elipse intimidante, se hacía ver más grande, sus orejas se encorvaron al igual que su dorso y sus pupilas se volvieron gigantes, como si estuviera añorando pelearse con esa gata indefensa que su presencia ahí solo simbolizaría juegos, diversión y cariño. 

Por suerte Ron no es un gato realmente malo, solo estaba intentando demostrar quien mandaba, porque cuando por fin decidimos abrir el transportador, esperando honestamente lo peor, esa pantera gris se había transformado en un gato curioso que perseguía incansablemente a la pequeña gatita para presentarse con una ternura hasta ese entonces desconocida. Ella en cambio solo quería esconderse, no quería que nadie la viera, no se sentía cómoda en este nuevo mundo doméstico, no estaba acostumbrada a compartir un espacio tan pequeño con dos humanos y otro gato que estaba bastante más instalado que ella; olores nuevos, colores nuevos, sabores nuevos; sufrió un proceso migratorio que como todo proceso migratorio, conlleva un tiempo de adaptación que puede variar entre una semana o toda una vida. Por suerte, Ipa fue evolucionando socialmente y en muy poco tiempo se integró a una manada que daría la vida por ella. 

Al pasar los días la gata se dejaba ver, no por todo el mundo, solamente por nosotros que nos encargábamos de alimentarla y limpiar su arenero, supongo que al vernos como nos ocupamos de ella, eso le generó un instinto de confianza que alcanzaría para ir evolucionando en la convivencia y más importante, para ir conociendo nuestras mañas intrafamiliares. 

Así como hace un poco más de quinientos años hubo un "encuentro" cultural en la paradisiaca América, que transformó (de una manera bastante ruin) las sociedades como eran conocidas, generando un mestizaje no solo de colores sino también de culturas, de lenguaje, de modus vivendi; estos gatos se fueron mestizando y mimetizando el uno con el otro. Ron ahora se atreve a acechar insectos, que aún no se anima a matar, e Ipa ahora es mucho más sociable, los dos tienen sus atavismos culturales porque tuvieron crianzas muy diferentes; ninguna mejor que la otra pero sin lugar a dudas, distintas. La realidad es que esta unión les ha hecho muy bien y gracias a eso me atrevo a decir que tras ese encuentro ha nacido una aprendizaje recíproco que sin intención, nos forma como un ente distinto a cualquier otro. 

Realmente el mestizaje es una de las cosas más lindas que hay y que además tenemos que defenderlo a como de lugar, enfrentarnos a realidades distintas y conocerlas nos da una perspectiva mucho más amplia del mundo que nos rodea y quizás así revisando un poco nuestro interior, nos daremos cuenta que en la variedad esta la belleza. Se los digo yo, un andino/caribeño que está enamorado de una rio platense. Y nos damos el gusto de rellenar las arepas con unas milanesas. 








Jesús Pérez
Montevideo 2020

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