El asqueroso vicio del perico

Para esa época mi amigo Joaquín ya se había consagrado en la escena española e internacional como un gran cantautor, nuestra comunicación era por correspondencia, semanalmente nos enviábamos cartas rimadas y con guiños muy cariñosos; él con los sucesos más importantes o notables de Europa, y yo sobre las vicisitudes que teníamos en América. Un día el diario para el que trabajaba tomó la decisión de cerrar la sección en la cual trabajaba y alegar que no era necesaria en el periódico, respeté la decisión, pero en mis adentros no entendía muy bien el por qué iban a suspender el complemento literario del diario, quizás porque en esos tiempos se veía venir el desinterés de las nuevas generaciones por la literatura. Tomé la decisión de irme un día a México, a la casa de Gabo y Mercedes, en vista de que no tenía un trabajo formal y que me habían liquidado decentemente, me fui una temporada. 

Un día Gabo me comentó que Joaquín iba a ir a visitarnos, tenía varias presentaciones en México por la publicación de su disco y había dejado varias noches libres para ir a bares y ponernos al día. Mercedes en ese momento nos llamó a comer, había preparado un increíble risotto de camarones que se retorcía por tus papilas gustativas generando un placer gigante y que de alguna manera te teletransportaba a una playa caribeña, lo cual es raro porque el risotto de camarones no es demasiado típico de las costas del caribe, sin embargo ella lograba sazonar de una manera especial produciendo ese efecto. Aunque ya Gabo había ganado un nobel de literatura y sus libros se vendían a nivel mundial, seguía teniendo una vida bastante común, claro que tenían a alguien que los ayudaba con la limpieza del hogar pero Mercedes seguía siendo la jefa de la cocina. Desayuno, almuerzo y cena eran manufacturados por ella, y no exagero cuando digo que cada comida era mejor que la otra. Y para ser honesto, yo me estaba enamorando de la esposa de mi amigo 

Mi vida amorosa estuvo marcada por fracasos constantes, las mujeres que me quisieron yo nunca las quise de la manera en la cual ellas merecían ser queridas, esa fue una constante que me acompañó permanentemente. Y ahora, trágicamente, me enamoraba de la compañera de un gran amigo que me había dado techo y alimento por más de un mes, intenté hacer caso omiso a mis sentimientos y seguir conversando sobre literatura con Gabo, evitando a Mercedes, evitando los elogios a sus comidas, evitando el cruce de miradas e intentado ser una persona normal que no siente que le revienta el corazón cuando hace el amague de querer lavar los platos solamente para estar a solas con ella. Sus vestidos caribeños repletos de flores me hipnotizaban. Gabo en ocasiones se iba a trabajar en sus memorias y yo salía a fumar un cigarro para pensar que no debía pensar en Mercedes, pero mientras más pensaba que tenía que dejar de pensar en ella, más pensaba en sus vestidos floreados que le encajaban a la perfección, en su risotto de camarones que me llevaban al Caribe y más pensaba en su sonrisa eterna.

Por fin llegó Joaquín a México, fuimos a verlo solamente Gabo y yo, Mercedes decidió quedarse en casa porque no tenía tan buena relación con Joaquín porque decía, con razón, que era un mala junta. Cantó sus canciones clásicas e incorporó las nuevas del disco titulado: "Diecinueve días y quinientas noches" y me impresionó que cerró con una ranchera de su nuevo disco llamada: "Noches de boda", y yo claro que quería que todas mi noches fueran noches de boda con Mercedes, pero tenía que resistirme porque las traiciones no son características de mi posición ideológica, sin embargo, ante la tentación correcta cualquier posición ideológica pasa a segundo plano porque la carne es débil, pero principalmente la mía.  

Al salir del concierto, nos fuimos a un bar a tomar y a conversar embelesados por el mareo que genera el alcohol, risas iban y venían. Gabo y Joaquín tomaban whisky, el primer amigo aguado por ser el más veterano y el segundo sin soda para hacer homenaje a una de sus canciones, yo en cambio tomaba un ron con refresco de cola y limón, para disipar la amargura del ron que vendían en ese local y nos pusimos como regla general: Luego de terminar un vaso, se pide una ronda de tequila; era lo más lógico tomando en cuenta nuestra posición geográfica. Pasadas unas tres rondas y cumpliendo estas reglas, yo ya estaba en posición de embriaguez, con mi codo izquierdo apoyado en la mesa, para apoyar mi cabeza sobre mi mano izquierda, mientras con la derecha meneaba el roncito con mayor parsimonia mientras pensaba en Mercedes, Joaquín me vio en ese estado de somnolencia, casi desmayo, y me pidió que lo acompañara al baño.  

Al entrar al baño me doy cuenta que lo dócil que estaba él, estaba realmente impecable, como si recién se hubiese bajado de la tarima y nos hubiese abrazado. Me miró a la cara y afirmó con una seriedad que hasta ese entonces era desconocida para mi de su parte: "Tío, que necesitas esto" y sacó de sus bolsillos una bolsa, una bolsa de plástico común y corriente, pero que adentro tenía un polvo blanco hediondo a químico, no supe identificar si el olor era de acetona o gasoil, seguramente ambas, pero inmediatamente supe que era cocaína. No era la primera vez que me ofrecía, y no era la primera vez que le rechazaba, pero en ese momento más que lo necesitara por mi clara embriaguez, lo necesitaba porque pensé que me ayudaría a sacar a la esposa de mi amigo de mi mente, así que acepté la propuesta de Joaquín. 

Sacó un pequeño espejo del bolsillo de su traje, esparció el blanco y hediondo polvo encima de la superficie reflectora formando dos pequeñas montañas, y con un carné que se notaba viejo y gastado, empezó a derrumbar las montañas y a formar una especie de cordilleras, cordilleras blancas como la nevada cordillera andina que recorre desde la Patagonia hasta un pueblo venezolano llamado Mérida; cuando terminó de formar el par de líneas, tomó un billete de veinte dólares de sus puntas y armó un cilindro artesanal, lo apoyó en su fosa nasal derecha y se dispuso a inhalar de un solo golpe, luego hizo lo mismo con su otra fosa. Yo entre mi mareo etílico estaba un poco asqueado de esa práctica "¿Por qué se tiene que consumir por la nariz?" Pensé para mis adentros. Joaquín repitió el mismo ritual y me hizo un gesto para señalar que era mi turno de inhalar el polvo blanco con olor a químicos que teóricamente me sacaría del castigo del alcohol y si tenía suerte, sacaría a Mercedes de mis pensamientos.

Con mi mano derecha sostenía el cilindro artesanal cerca de mi nariz, con la mano izquierda tapaba mi otra fosa para aportar fuerza a la inhalación, y de un solo golpe, aspiré esa amarga y asquerosa cordillera de cocaína. El efecto fue casi inmediato, me quedó un ardor en la nariz que nunca había tenido, sentí una exaltación en el pecho, una amargura asquerosa en la garganta, como si me hubiera sambutido una cucharada sopera de mierda, y sentí una claridad en la cabeza como si recién me hubiese despertado de una siesta, estaba sobrio, pulcro, prolijo. Aunque honestamente quedé muy impresionado por los efectos de ese polvo, también estaba seguro que era algo que quizás más nunca volvería a hacer, y digo quizás porque los nuncas son tan atrevidos como frágiles.

Volvimos a la mesa a continuar con la ingesta, Gabo se había ido como hacía casi siempre que salía sin Mercedes, a sentarse a la barra a esperar que alguna mujer lo reconociera y poder sostener una conversación con ella. Él nunca le había sido infiel a su esposa de manera física, probablemente porque su cuerpo ya no le daba para tanto o porque no tenía necesidad de eso, pero le encantaba regocijarse y mostrar sus conocimientos a jóvenes mujeres que se sentían atraídas con aquel sabio del Caribe. Fuimos a buscarlo, Joaquín le invitó unas líneas y Gabo, claramente dijo que no, que muchas gracias; tras otros tragos y otros tequilas, le hice una seña a Joaquín y volvimos al baño a repetir el acto, la cocaína te fortalece pero debes mantenerla en tu organismo, porque sí, te sube, pero luego la caída es una cosa atroz. Pasadas unas tres idas al baño y literalmente haber blanqueado mi mente, le dije a Gabriel y a Joaquín que necesitaba dormir, que estaba cansado y que mañana sería otro día. Ellos claramente no entendieron, decían que las tres de la mañana era muy temprano. 

Me fugué como se fugan los presos, al tener la mínima oportunidad, y ellos se quedaron bebiendo y conversando con jovencitas, mientras caminaba a la casa de Gabo, me di cuenta de dos cosas muy importantes: Que cada vez me sentía más ebrio, lo que quería decir que la cocaína se estaba alejando de mi cuerpo, y que tenía la suerte de que llegaría a dormir sin que nadie me molestara. Iba caminando feliz mientras fumaba un cigarrillo y pensaba en lo afortunado que era de tener a estas dos grandes personas como mis amigos, uno era de los mejores cantautores de España y el mundo, y el otro, consagrado escritor de novelas y ganador de un premio Nobel, yo en cambio, era un inservible que estaba borracho, drogado, desempleado y enamorado de un amor imposible.

Entro a la casa y la luz de la sala está encendida, veo a Mercedes con un camisón y una novela de Ernest Hemingway abierta de par en par, mientras sujetaba con su delicada mano un cristal que tenía vino adentro. La saludé como pude porque el mareo en ese momento era abismal, conservando distancia y escondiendo mi corazón que latía mucho más fuerte que cuando inhalé mi primera línea de la noche. Me saludó y se incorporó diciéndome; "Disculpa la fachas ¿Dónde está Gabo? ¿Por qué viniste tan temprano? ¿Ya te vas a dormir?" Mis respuesta fueron secas y contundentes, al menos hasta la última: En el bar con Joaquín, estoy muy cansado y supongo que sí. El supongo era una declaratoria abierta de guerra, una declaración formal de que tenía unas ganas espantosas de quitarle ese camisón y una declaración de que no podía hacer una propuesta formal por el cariño que le tenía a mi amigo. Mercedes con una curiosa audacia me dijo casi susurrando: "Pero quédate un rato y nos tomamos un vino." Puede que estuviera confundido y estuviera divagando, pero es probable que la esposa de mi amigo hubiese entendido mi declaración con un simple supongo y por eso me estaba invitando a conversar con un vino de por medio, o simplemente estaba siendo educada, pero lo que es un hecho es que acepté. 

Dos copas de vino más tarde la realidad es que mi cuerpo no daba para más, me sostenía porque realmente tenía ganas de besarla y sentir la delgadez de sus labios meciéndose sobre los míos, que nuestros cuerpos se columpiaran uno sobre otro como si estuviésemos en una hamaca y que nuestras humanidades se quedasen perplejas tras el arrojo de haberse amado por un solo instante. Pero en vista de mi debilidad física y mental, le dije que me iría a dormir, que honestamente no podía más y que me disculpara, ella se levantó de su silla que estaba contigua a la mía, me acarició el rostro y decidió, ella sola lo juro, besarme en la boca como quien besa a alguien que siempre deseó; le correspondí con el beso apasionado y sinceramente fue mucho mejor de lo que pensé, sus labios aunque delgados se sentían como algodones de azúcar que no se desintegraban. Estaba muy excitado, pero mentalmente, mi cerebro estaba muy acelerado por cada beso que nos dábamos, comenzamos a toquetearnos y a intentar desvestirnos en plena madrugada, en la casa mi amigo, a sabiendas que llegaría en cualquier momento. Pero físicamente no ocurrió nada. Luego averigüé que la cocaína tiene ese efecto secundario, genera disfunción eréctil en el momento en que se consume, y aunque yo había consumido hace un par de horas, parece que ese efecto quedó en mi. Mercedes estaba avergonzada porque pensaba que era su culpa, así que se fue a su cuarto y se encerró.

Al día siguiente volví a mi casa, dejando a un lado México y la casa de Gabo, él no entendía mi partida si aún nos quedaban varias noches más con Joaquín, pero supe excusarme alegando que un periódico me había llamado para una entrevista de trabajo que no podía desaprovechar, mi amigo supo entender y nos abrazamos largamente jurando que nos volveríamos a encontrar, en cambio mi despedida con Mercedes fue demasiado formal, como si nunca hubiese pasado nada, y la verdad es que fue lo mejor. 

Me doy cuenta ahora que estoy lejos, que lo único bueno de haber inhalado un polvo blanco hediondo a gasoil y que probablemente había sido transportado en el culo por algún colombiano, peruano, boliviano o venezolano, es que evitó que cometiera una cagada más importante de la que cometí. Y eso, al menos para mí, es muy importante       

 


Jesús Pérez Avendaño

Montevideo, 2020

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