The comedian

Muchos no entenderían mi tragedia y probablemente la noten injustificada, tengo una buena casa, una esposa que me ama, unas mascotas hermosas y el privilegio constante de viajar, beber y comer por asuntos laborales. Nací con un don que no todos tienen, una suerte de especialidad que lamentablemente para mí es un castigo eterno; nací siendo cómico. Desde muy chico siempre fui el payaso de mi familia, mis tíos y primos reían a carcajadas con mis ocurrencias básicas del día a día; siempre asumí mis problemas desde la comedia para evitar cualquier situación incomoda desde el ámbito personal, formando una coraza que distanciaba el problema y traía risas. También desde muy pequeño entendí que las risas o los chistes no solucionan nada, pero generan un desvío de atención y alivianan los contratiempos que se van desarrollando en la vida de cualquier humano. Cuando fui creciendo me di cuenta que si me atrevía podía dedicarme a ser comediante, así que escribí mi primera rutina de stand up. 

Fui a un bar que se caracterizaba por presentar nuevos comediantes los días martes donde personajes más reconocidos iban a probar material y permitían que nuevos cómicos tuvieran un micrófono abierto para que se enfrentaran a un público de unas treinta personas para intentar hacerlos reír. Me anoté y era el tercero en la grilla de nuevos. Los primeros dos fueron bajados de manera impecable, recuerdo que sus rutinas eran basadas en chistes de penes, vaginas, judíos y minorías desplazadas por la sociedad; generaron un asco exorbitante y el abucheo fue tan escandaloso que nunca más los vi presentarse en el circuito. Luego de lo sucedido con esas dos personas la verdad me vinieron unos nervios terribles, empecé a sudar nervios, a sudar angustia, a sudar preocupación y claramente empecé a sentir una presión en mi entrepierna, tuve que correr al baño; cuando meaba escuché al Host decir mi nombre, lo cual era señal inequívoca de que debía correr al escenario, pensé en huir y evitar el fracaso, pero en el fondo supe que podía tener éxito.

Mis chistes de aquella presentación no los recuerdo con claridad, pero mi rutina hablaba fundamentalmente de los problemas que tenían las personas millonarias, algo así como el hijo del rico que se enoja porque le regalan un auto de un color que no quería, mientras que yo tenía que preocuparme porque no me asaltaran en un autobús, o algo así, lo cierto es que el público me recompensó esos diez minutos con risas estridentes que me abrazaron, me besaron y me hicieron el amor como nadie lo había hecho. Cuando bajé del escenario las piernas me temblaban y estaba pálido, tomé un trago de whisky y me senté a reflexionar sobre lo que había pasado. Supe en ese momento sintiendo el calor que te brinda el amarillo elixir en el esófago, que tenía que hacer esto por el resto de mi vida.

Semana tras semana me seguí presentando en distintos bares, mis redes sociales fueron creciendo exponencialmente, conseguí un trabajo de guionista en una serie de televisión y en lugar de presentarme en bares, comencé a presentarme en teatros. 

Un día estaba en una fiesta de fin de año con mis compañeros de oficina, yo estaba tomando un whisky sentado mientras todos bailaban. Para ser honesto nunca fui un gran bailarín, de hecho, nunca bailé más que un paupérrimo vals en los quince años a los que iba, con la cumpleañera o mis primas, entonces para evitar el ridículo siempre disfrute las celebraciones desde la comodidad de mi silla observando todo y degustando una bebida alcohólica. Un compañero me fastidió tanto esa noche que decidí aventurarme a la pista de baile donde ponían un merengue que trataba de bailar solo, fingiendo una sonrisa, y conversando con un compañero de trabajo. Pasadas dos canciones el DJ me atacó y puso "La rebelión" de Joe Arroyo, esa salsa maldita transformó a todos los guionistas y se emparejaron cual imán en heladera, la atracción entre cuerpos fue muy clara y yo no estaba lo suficientemente ebrio para buscar una pareja y me estaba retirando a mi trono cuando una mujer de tez pálida, cabellera negra enrulada y ojos gigantes y hermosos me tomó del brazo.

Tenía un vestido morado de manga larga de tela de encaje y una falda larguísima que le ocultaba el calzado, un collar que hacía juego con sus pendientes, su sonrisa, su mirada y su belleza, me dio unas vueltas que no pude entender y me iba susurrando la manera en la que debía mover mis pies para esa coreografía; su melosa voz se desenvolvía en mi sistema auditivo y de verdad empezaba a entender el baile, parecía hipnotizado por esa blanquecina domadora de serpientes que había logrado lo que nadie nunca había logrado. Cuando el señor Arroyo terminó de gritar su último: "No le pegue a la negra" se separó de mi y se fue a otro lado. Volví a mi asiento a seguir tomando y conversando, a intentar averiguar quien era esa muchacha, y un compañero me dijo de manera clara: "Se llama Maria, trabaja en el área de publicidad". Al día siguiente le invité un café con una seguridad que hasta entonces era desconocida para mi, han pasado cinco años y ahora vivimos juntos, nos casamos y tenemos dos perros.

Lo que muchos denominan éxito a mi siempre me generó cierta suspicacia, me empezaron a llamar para hacer shows en el extranjero y tenía varios especiales en Netflix, mis rutinas ahora eran más profundas, de hecho cuando me sentaba a escribirlas intentaba que no fueran tan graciosas, hablaba sobre el racismo, el hambre en el mundo, la migración por crisis, contaminación, presupuestos militares y otras realidades globales que me afectaban honestamente. Con esos discursos que la gente llamaba chistes llené "El Gran Rex" en Buenos Aíres, llené el "Teatro Solís" en Montevideo, llené el "Teresa Carreño" en Caracas e incluso fui hasta el Festival de Viña en Chile, que para ser honesto pensé que sería el primer sitio donde me bajarían de una tarima, después de todo no me puedo imaginar a unas personas que luego de escuchar dos horas de Wisin y Yandel, pudiesen disfrutar mi material de hora y treinta minutos sobre cosas muy serias. Sin embargo y muy para mi pesar, terminé llegando a mi casa con una gaviota de platino y una tristeza enorme.

Muchas veces le comenté a Maria mi situación, que no me sentía cómodo haciendo lo que hacía, hablando de lo que hablaba de manera tan seria, y que sinceramente la gente se riera de manera tan estridente, ella me pidió un montón de veces que lo dejara, que no teníamos necesidad de que luego de cada show yo tuviera que bajar triste y errático conmigo mismo, pero la verdad es que era lo único que sabía hacer, estaba condenado desde que nací a ser el chistoso, el cómico, el payaso; además debo ser franco y admitir que la respuesta inmediata de la gente, la risa instantánea era algo que no me dejaba de gustar. Me gustaba que se rieran, pero no de las cosas que decía, sus risas se volvieron mi adicción y la verdad es que no lo supe controlar. Cada día recordaba más el poema de Juan de Dios Peza titulado: "Reír llorando" que habla de un paciente, como yo, que iba a un doctor porque se sentía triste, abandonado, sin esperanza, y el doctor sin más nada que hacer le recomienda que vaya a ver a Garrik, el mejor comediante del mundo, el comediante que sostiene risas eternas y hace feliz a todo el mundo, el paciente a gritos le pide al doctor que le cambie la receta porque lamentablemente: Él mismo era Garrik.

Tenía que presentarme en la plaza de toros de las ventas en Madrid, para esa presentación decidí ir sin Maria, le dije que quería estar solo y así fue, algo en mi mirada habría de delatar mis planes porque recuerdo que me abrazó con una fuerza que nunca había sentido de su parte sino aquella primera vez que mientras me guiaba en el baile me abrazaba poderosamente, pero disimulando el dolor me fui al aeropuerto. Luego de un largo viaje trasatlántico llegué al Aeropuerto de Barajas, me movilizaron al hotel y como siempre pedí mi paga por adelantado. Antes del show fui Carabanchel, un barrio conocido por su inseguridad y facilidad para encontrar drogas y artículos varios, me encontré con unos latinos en una esquina y los encaré de frente diciéndoles: "Necesito un revólver con el tambor lleno, tengo cinco mil euros en efectivo" Al escuchar la cifra los latinos se estremecieron y noté como las pupilas de sus ojos se abrían de par en par, les dije que la quería para antes de las nueve de la noche, pero al momento uno de esos latinos sacó de su cinturón un revolver calibre 38, en su mango se leía Smith n' Wesson y me dijeron: "Tenemos este". 

Hice la transacción sin muchos problemas, estaba decidido como aquella vez que le invité el café a Maria y entré en una contradicción importante ¿Realmente vale la pena? ¿No hay otra forma? Ante la duda, decidí seguir con lo planeado y presentarme ese día en la plaza de las ventas ante más de veinte mil personas. Llegó mi turno, tenía el revólver guardado en la parte de atrás de mi pantalón, el frío del metal que tocaba mi espalda iba subiendo por mi columna vertebral y me empezaron a venir los mismos nervios de aquella primera presentación, empecé a contar y hablar las cosas que tenía planeadas, la gente no paraba de reírse mientras que yo estaba a punto de llorar, luego de la hora y treinta de performance empecé a interactuar con el público: le preguntaba a los de primera fila que eran los que apenas lograba diferenciar: ¿Y usted por qué vino? Las respuestas eran comunes y todos los espectadores esperaban algún remate cómico, pero yo seguía preguntando, hasta que entonces los organizadores del evento empezaron a hacerme señas tras bastidores que había pasado la hora, con firmeza asentí y le aclaré al público: "el show se terminó". 

Delante de la plaza de toros llena, puse el micrófono en el soporte metálico, amagué una despedida y saqué el revolver de mi espalda, el metal ya estaba caliente y mientras lo acercaba a mi cabeza pensé en Maria, pensé en mi familia riéndose, pensé en los comentarios de supuestos seguidores en mis redes sociales diciendo que me amaban, pensé en el público que había pagado una cantidad absurda de dinero para verme, pensé en los perros, pensé en Maria nuevamente, en sus besos delicados, en sus abrazos, en su mirada consoladora, en su cabellera negra y ondulada y jalé el gatillo para literalmente terminar con el show por siempre y para siempre 




Jesús Pérez Avendaño

Montevideo, 2020 

   

       

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